Juan Goytisolo
El escritor español Juan Goytisolo ha muerto ayer en Marrakech a los 86 años.
Discurso íntegro de Juan
Goytisolo, Premio Cervantes 2014, al recoger el galardón en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, el 23 de abril de 2015.
A la llana y sin rodeos.
"En términos generales, los
escritores se dividen en dos esferas o clases: la de quienes conciben su tarea
como una carrera y la de quienes la viven como una adicción.
El encasillado en las primeras
cuida de su promoción y visibilidad mediática, aspira a triunfar. El de las
segundas, no. El cumplir consigo mismo le basta y si, como sucede a veces, la
adicción le procura beneficios materiales, pasa de la categoría de adicto a la
de camello o revendedor. Llamaré a los del primer apartado, literatos y a los
del segundo, escritores a secas o más modestamente incurables aprendices de
escribidor.
A comienzos de mi larga
trayectoria, primero de literato, luego de aprendiz de escribidor, incurrí en
la vanagloria de la búsqueda del éxito -atraer la luz de los focos, "ser
noticia", como dicen obscenamente los parásitos de la literatura- sin
parar mientes en que, como vio muy bien Manuel Azaña, una cosa es la actualidad
efímera y otra muy distinta la modernidad atemporal de las obras destinadas a
perdurar pese al ostracismo que a menudo sufrieron cuando fueron escritas.
La vejez de lo nuevo se reitera a
lo largo del tiempo con su ilusión de frescura marchita. El dulce señuelo de la
fama sería patético si no fuera simplemente absurdo. Ajena a toda manipulación
y teatro de títeres, la verdadera obra de arte no tiene prisas: puede dormir
durante décadas como La regenta o durante siglos como La lozana andaluza.
Quienes adensaron el silencio en
torno a nuestro primer escritor y lo condenaron al anonimato en el que vivía
hasta la publicación del Quijote no podían imaginar siquiera que la fuerza
genésica de su novela les sobreviviría y alcanzaría una dimensión sin fronteras
ni épocas.
"Llevo en mí la conciencia
de la derrota como un pendón de victoria", escribe Fernando Pessoa, y
coincido enteramente con él. Ser objeto de halagos por la institución literaria
me lleva a dudar de mí mismo, ser persona non grata a ojos de ella me
reconforta en mi conducta y labor.
Desde la altura de la edad,
siento la aceptación del reconocimiento como un golpe de espada en el agua,
como una inútil celebración.
Mi condición de hombre libre
conquistada a duras penas invita a la modestia. La mirada desde la periferia al
centro es más lúcida que a la inversa y al evocar la lista de mis maestros
condenados al exilio y silencio por los centinelas del canon nacionalcatólico
no puedo menos que rememorar con melancolía la verdad de sus críticas y
ejemplar honradez. La luz brota del subsuelo cuando menos se la espera.
Como dijo con ironía Dámaso
Alonso tras el logro de su laborioso rescate del hasta entonces ninguneado
Góngora, ¡quién pudiera estar aún en la oposición! Mi instintiva reserva a los
nacionalismos de toda índole y sus identidades totémicas, incapaces de abarcar
la riqueza y diversidad de su propio contenido, me ha llevado a abrazar como un
salvavidas la reivindicada por Carlos Fuentes nacionalidad cervantina.
Me reconozco plenamente en ella.
Cervantear es aventurarse en el territorio incierto de lo desconocido con la
cabeza cubierta con un frágil yelmo bacía.
Dudar de los dogmas y supuestas
verdades como puños nos ayuda a eludir el dilema que nos acecha entre la
uniformidad impuesta por el fundamentalismo de la tecnociencia en el mundo
globalizado de hoy y la previsible reacción violenta de las identidades
religiosas o ideológicas que sienten amenazados sus credos y esencias.
En vez de empecinarse en
desenterrar los pobres huesos de Cervantes y comercializarlos tal vez de cara
al turismo como santas reliquias fabricadas probablemente en China, ¿no sería
mejor sacar a la luz los episodios oscuros de su vida tras su rescate laborioso
de Argel?
¿Cuántos lectores del Quijote
conocen las estrecheces y miseria que padeció, su denegada solicitud de emigrar
a América, sus negocios fracasados, estancia en la cárcel sevillana por deudas,
difícil acomodo en el barrio malfamado del Rastro de Valladolid con su esposa,
hija, hermana y sobrina en 1605, año de la Primera Parte de su novela, en los
márgenes más promiscuos y bajos de la sociedad?
Hace ya algún tiempo, dedique
unas páginas a los titulados Documentos cervantinos hasta ahora inéditos del
presbítero Cristóbal Pérez Pastor, impresos en 1902 con el propósito, dice, de
que "reine la verdad y desaparezcan las sombras", obra cuya lectura
me impresionó en la medida en que, pese a sus pruebas fehacientes y a otras
indagaciones posteriores, la verdad no se ha impuesto fuera de un puñado de
eruditos, y más de un siglo después las sombras permanecen.
Sí, mientras se suceden las
conferencias, homenajes, celebraciones y otros actos oficiales que engordan a
la burocracia oficial y sus vientres sentados, (la expresión es de Luis
Cernuda) pocos, muy pocos se esfuerzan en evocar sin anteojeras su carrera
teatral frustrada, los tantos años en los que, dice en el prólogo del Quijote,
"duermo en el silencio del olvido": ese "poetón ya viejo"
(más versado en desdichas que en versos) que aguarda en silencio el referendo
del falible legislador que es el vulgo.
Alcanzar la vejez es comprobar la
vacuidad y lo ilusorio de nuestras vidas, esa "exquisita mierda de la
gloria" de la que habla Gabriel García Márquez al referirse a las hazañas
inútiles del coronel Aureliano Buendía y de los sufridos luchadores de Macondo.
El ameno jardín en el que transcurre
la existencia de los menos, no debe distraernos de la suerte de los más en un
mundo en el que el portentoso progreso de las nuevas tecnologías corre parejo a
la proliferación de las guerras y luchas mortíferas, el radio infinito de la
injusticia, la pobreza y el hambre.
Es empresa de los caballeros
andantes, decía don Quijote, "deshacer tuertos y socorrer y acudir a los
miserables" e imagino al hidalgo manchego montado a lomos de Rocinante
acometiendo lanza en ristre contra los esbirros de la Santa Hermandad que
proceden al desalojo de los desahuciados, contra los corruptos de la ingeniería
financiera o, a Estrecho traviesa, al pie de las verjas de Ceuta y Melilla que
él toma por encantados castillos con puentes levadizos y torres almenadas
socorriendo a unos inmigrantes cuyo único crimen es su instinto de vida y el
ansia de libertad.
Sí, al héroe de Cervantes y a los
lectores tocados por la gracia de su novela nos resulta difícil resignarnos a
la existencia de un mundo aquejado de paro, corrupción, precariedad, crecientes
desigualdades sociales y exilio profesional de los jóvenes como en el que
actualmente vivimos. Si ello es locura, aceptémosla. El buen Sancho encontrará
siempre un refrán para defenderla.
El panorama a nuestro alcance es
sombrío: crisis económica, crisis política, crisis social. Según las
estadísticas que tengo a mano, más del 20% de los niños de nuestra Marca España
vive hoy bajo el umbral de la pobreza, una cifra con todo inferior a la del
nivel del paro. Las razones para indignarse son múltiples y el escritor no
puede ignorarlas sin traicionarse a sí mismo.
No se trata de poner la pluma al
servicio de una causa, por justa que sea, sino de introducir el fermento
contestatario de esta en el ámbito de la escritura. Encajar la trama novelesca
en el molde de unas formas reiteradas hasta la saciedad condena la obra a la
irrelevancia y una vez más, en la encrucijada, Cervantes nos muestra el camino.
Su conciencia del tiempo
"devorador y consumidor de las cosas" del que habla en el magistral
capítulo IX de la Primera Parte del libro le indujo a adelantarse a él y a
servirse de los géneros literarios en boga como material de derribo para
construir un portentoso relato de relatos que se despliega hasta el infinito.
Como dije hace ya bastantes años,
la locura de Alonso Quijano trastornado por sus lecturas se contagia a su
creador enloquecido por los poderes de la literatura. Volver a Cervantes y
asumir la locura de su personaje como una forma superior de cordura, tal es la
lección del Quijote.
Al hacerlo no nos evadimos de la
realidad inicua que nos rodea. Asentamos al revés los pies en ella. Digamos
bien alto que podemos. Los contaminados por nuestro primer escritor no nos
resignamos a la injusticia."
Nada más gratificante para quien aspira a disfrutar de lo que hace, que reconocerse en las palabras que desconocía de otro escritor, y compartirlas plenamente.
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