viernes, 21 de agosto de 2020

 

Ante el ataque en curso contra la Seguridad Social

Apuntes para una defensa




La Seguridad Social es, en este sistema, la herramienta más poderosa de distribución de la riqueza. Cualquier reforma en sentido contrario concurrirá a profundizar las tremendas diferencias sociales ya existentes.
Propugnamos una Seguridad Social en general y un Sistema de Jubilaciones y Pensiones en particular universal, público y estatal, intergeneracional y solidario, de reparto, como corresponde a un Derecho Humano Fundamental…
Hay que hablar de la vejez y de la niñez como prioridades inmediatas. Los viejos continúan aportando a la sociedad desde el Arte, la Cultura, el cuidado de los bienes, el cuidado de los niños; son fuente de experiencias, testigos directos, memoria viva de la historia inmediata anterior. En todas las épocas y en todas las sociedades los viejos han sido fuente de consejo y de moderación, fruto de su experiencia. Deben recuperar ese lugar que nunca debieron perder
Aumento sustancial de las Jubilaciones, particularmente las más bajas. Ningún miembro de la “Comisión de Expertos” se jubiló o se va a jubilar con 12, 15, 20, 30 o 40000 pesos.
Las jubilaciones no pueden ser fuente de financiación de sí mismas. No al IASS. Las Jubilaciones más bajas deben ser incrementadas en forma urgente (son una verdadera vergüenza) hasta ½ canasta. La Constitución de la República, en su Art. Nº 67 garantiza “retiros adecuados” ; ¿adecuados a qué? Pues claramente el constituyente se refiere a una vida digna, sin carencias básicas y para poder disfrutar de la vida, de los nietos, poder ir un día al teatro, tomarse un taxi si lo necesita y comer todos los días en una vivienda decorosa.
Ningún lujo ni exceso.
Los trabajadores no resisten más deducciones de sus salarios. Más bien deberían reducirse. En el mundo, es uno de los países cuyos trabajadores más aportan. Mientras tanto, los empresarios vienen gozando de cada vez mayores exoneraciones. Las exoneraciones al sector privado deberían justificarse en casos de contingencias específicas, situaciones de riesgo ocasionales debidamente comprobadas y para evitar males mayores y no simplemente como regalías para atraer inversiones y asegurar el máximo lucro para los capitales invertidos. No al IRPF sobre el salario. El salario no es una renta. Es la devolución de una mínima parte de la riqueza creada con su trabajo.
Los trabajadores, jubilados y pensionistas, con sus grupos familiares deben acceder a prestaciones acordes a estos tiempos, desconocidas o inexistentes hace 60 años pero que hoy son una necesidad imprescindible como emergencia móvil, botón de urgencia para personas solas, servicio de acompañante, servicio fúnebre acorde y digno (cremación opcional, etc). Desarrollar el Sistema de Cuidados .Cobertura de medicamentos caros y prótesis, cualquiera sea su costo. Además de Residenciales estatales para ancianos (como el Pyñeiro del Campo) con todos los servicios suficientes y personal vocacional especializado, distribuídas estratégicamente en todo el territorio nacional, preferencialmente cerca de sus lugares de residencia habituales.
Los trabajadores aportaban con el régimen anterior el 15% al BPS. Ahora aportan el 7,5% al BPS y el 7,5 a las AFAPS. Sin embargo, el BPS (Pilar estatal) hace frente, además de las jubilaciones y pensiones, a múltiples prestaciones que cubren no sólo a los viejos sino a todas las edades desde antes de nacer hasta despuésde morir: Seguro de Paro, Subsidio y asistencia médica prenatal, Subsidio por maternidad, seguro de enfermedad, etc, mientras que la AFAPS van en coche: sólo otorgarán una jubilación equivalente a los ahorros individuales divididos los meses “previstos de vida” … que ellos estipulan hasta una edad de 110 años.
Recordar la situación de los “cincuentones” que se resolvió (previa movilización y recursos legales) con una ley Compensatoria y que pagó (¿quién?) “Papá” Estado.
Las bonificaciones por insalubridad se deben otorgar independientemente de la voluntad de aporte extra de los empresarios.
Las pensiones por incapacidad se deben otorgar independientemente de las condiciones socioeconómicas o al menos limitar esas condiciones a sectores de altos ingresos.
Los muchachos de CERES hablan de “Esperanza de vida” más alta y plantean que hay que trabajar y aportar más años para solventar esos años más de vida. Sin embargo, Esperanza de Vida mayor no significa que se envejezca más tarde.
La Esperanza de Vida no se mide por la edad máxima que alcanza la gente más longeva; se mide como la “media” de la edad de la muerte.
Las estadísticas de Esperanza de Vida se calculan como un promedio previsto en el momento de nacer y también por deciles (hay otras escalas) lo que significa que si aumenta la E.de V. no es porque se envejezca más tarde, sino porque la gente muere menos, más temprano.
De hecho desde hace decenas de miles de años, desde el paleolítico, la evolución biológica del Homo Sapiens ha sido prácticamente insignificante. De no mediar las rudas condiciones de vida y los constantes riesgos que afrontaban, ninguna condición biológica hubiera impedido a aquellos hombres primitivos llegar a los 90 años de edad.
Si en una población la mitad de la gente muriera en el primer año de vida y la otra mitad a los 80 años, diríamos que la Esperanza de Vida de esa población es de unos 40 años. La longevidad no tiene nada que ver.
Las fuerzas empiezan a menguar notoriamente, las capacidades se reducen y los sentidos y reflejos decaen, tanto hace siglos como en la actualidad, alrededor de los 60 años. Continuar trabajando obligadamente implica riesgos insospechados.
Por cierto, los avances de la medicina han logrado extender algo la vida de nuestros ancianos pero eso ha ocurrido para todas las edades. Pero lo realmente revolucionario, lo que ha alterado profundamente la “Esperanza de Vida” desde la primera mitad del sigloXX y se ha continuado acelerando explosivamente, son los siguientes factores:
*) La disminución drástica de la mortalidad infantil en nuestra poblaciones (aunque vastas regiones del planeta están aún muy retrasadas).
*) Los descubrimientos en Medicina, en particular los antibióticos y vacunas, Cirugía y Trasplantes, etc.
*) Las políticas Públicas en:
a- Seguridad Vial y Prevención Laboral.
b- Prevención de enfermedades y suicidios.
Todos estos avances (en curso), no solo han conseguido que más personas tengan chance de llegar a viejos, eventuales jubilados, sino que, paradójicamente, recuperan ingentes cantidades de trabajadores para el mundo laboral, futuro en el caso de los niños y actual en el caso de los jóvenes, con sus aportes a la Seguridad Social y concurriendo por tanto al financiamiento del sistema.
Cuando en el resto del mundo se está hablando de reducción de la jornada laboral como forma de repartir el trabajo existente entre la mano de obra disponible y combatir el desempleo, es un despropósito pensar siquiera en retrasar el retiro de los trabajadores mayores retrasando el ingreso de las nuevas generaciones al trabajo genuino.
Nelson San Martín

domingo, 26 de julio de 2020


Pequeño homenaje a los Obreros del vidrio, héroes anónimos y olvidados de una epopeya que no fue.


La Fábrica de Vidrio

Aquella mañana de julio amaneció esplendorosa. -En algún lado hay flor de helada- dijo algún compañero. Había una gran ansiedad y expectativa en la gente pues habían avisado a los obreros de la planta que en algún momento de esa mañana vendría el ejército a proceder al desalojo de la fábrica, que aspiraban que fuese tranquilo y ordenado.
Desde el primer día, se había concentrado buena parte del barrio frente a los portones de la fábrica de vidrio (Cristalerías del Uruguay, Comercio entre Asamblea y Rivera) en apoyo de los Obreros que habían ocupado la planta de producción como ya estaba decidido por la Central para el caso de Golpe. La respuesta había sido inmediata y masiva; habían tanto Obreros como vecinos de todo pelo y color. Particularmente me impactó ver al “Loco” Cabrera, connotado pachequista del barrio y compañero de la “Potota”, hincha Nº 1 del Alto Perú, no solo ocupando la Fábrica, sino arengando a sus compañeros con la consabida consigna “¡Acá no se rinde nadie, carajo!”. 
Se había organizado rápidamente una especie de comisión de apoyo y nosotros, militantes de Comité de Base Alto Perú, teníamos asumido que la tarea del momento era “Todo El Apoyo A La Huelga”. Entonces se imponían tareas de propaganda (clandestinas por cierto) y en nuestro caso barriadas para recabar alimentos aprovechando el conocimiento que cada comité tenía de los vecinos que podían aportar (formando una red con los otros comités de la coordinadora “L”). Nadie se quería ir y desde la primera noche, los Obreros nos permitieron el acceso a un espacio que creo que aún existe en la vereda de enfrente, justo frente a los portones de la calle Comercio. Era un depósito que además del galpón cerrado con frente sobre el retiro nuevo tenía un espacio abierto entre el galpón y el retiro antiguo sobre la vereda, que si bien estaba descubierto tenía la ventaja de estar cercado por un muro mediano y rejas, además de tener altas pilas de envases que dificultaban la vista desde el exterior. 
Así quedó instalado un cantón que (sobre todo en las noches) mantuvo una vigilia, supo de guitarras, tanques con fuego y calor humano en aquel invierno. La Fábrica de Vidrios era más que una fábrica; era un símbolo del Buceo (y Nuevo Malvín) donde vivían muchos de sus Obreros y acostumbrado desde siempre a los pitos de entrada y salida del personal, ahora en silencio.
Había un ambiente festivo, tal vez ingenuo, tal vez irresponsable, de risas, guitarras y canto, seguramente intentando de borrar la realidad ominosa que ocurría más allá de nuestra percepción directa. Nos juntábamos allí, “como enanos que no se animan a quedarse solos”, íbamos y veníamos, animándonos unos a otros y sobre todo haciendo sentir a los Obreros que no los dejaríamos solos.

Los hornos.
Durante los días, se organizaron algo así como “visitas guiadas” en las que formando pequeños grupos de no más de siete u ocho personas, los Obreros nos permitían entrar a la planta y nos acompañaban a visitar las instalaciones, en particular los hornos (no recuerdo si era uno o más). La visión de la zona de los hornos era surrealista, casi onírica: en un recinto cerrado, con un calor contrastante con el exterior, todas las luces apagadas, iluminaba la escena indirectamente la potente luz amarilla que provenía, a través de pequeñas troneras, del vidrio incandescente en las entrañas del horno y teñía los torsos desnudos de los Trabajadores que parecían de bronce. En la oportunidad que me tocó, el guía introdujo por la tronera una especie de pinza larga como de varillas de metal y extrajo del interior del horno (que brillaba como el Sol) una porción de una melaza luminosa que inmediatamente comenzó a disminuir su fulgor y con ayuda de otra herramienta, le tironeó de un lado y de otro como si fuera plasticina, le estiro de aquí y de allá y rápidamente, ya sin brillo quedó conformada una pequeña jirafa que luego, una vez enfriada del todo, se llevó prestamente un compañero. -Los hornos hay que mantenerlos encendidos, no se pueden apagar - nos explicaba -Si se apagan, volverlos a prender lleva mucho tiempo, varias semanas hasta alcanzar la temperatura necesaria para fundir y procesar el vidrio.

Los “dirigentes”.
Recuerdo que pululaban dirigentes intentando afiliar a compañeros sin partido que eran muchos. A mí una noche me llevaron hasta un auto (- Alguien quiere hablar contigo-). Era un dirigente del PC del barrio que yo ya conocía.
- Hace tiempo que observamos tu compromiso, bla, blá… Tenés que estar en el partido.
- Usted no me conoce mucho pero los muchachos ya saben las diferencias que tenemos.
– Pero nosotros también tenemos diferencias dentro del partido, tendrías donde desarrollarte y además todo el apoyo de millones de comunistas en todo el mundo que no te dejarían solo…
- Pero es que yo no pienso ir a ningún lado… (resumiendo):
- Bueno, pero igual…
- Bueno, pero no…
En realidad no estábamos lejos en la teoría, pero me rechinó que mientras había gente jugándose el pellejo o la libertad por ahí, los tipos estuvieran haciendo una campaña de afiliaciones y para peor, que se me ofreciera de carnada un “palenque donde rascarme” para irme.

Aprestándose al desalojo  (Foto de Aurelio González)

Finale Molto Vivace.
Avanzada la mañana, llegó un camión con varios oficiales que se aproximaron hasta la entrada mientras los trabajadores se agolpaban desde el interior sobre los portones donde colgaba una gran Bandera uruguaya y nosotros salíamos lentamente del cantón y nos ubicábamos sobre la senda opuesta de Comercio y la vereda. Tras un parlamento breve con los Obreros, donde se dispuso que quedarían en planta los Obreros necesarios para mantener los hornos, los militares se retiraron y los Obreros descolgaron la Bandera, abrieron los portones y salieron a la calle con la Bandera al frente ante el aplauso del barrio que rápidamente se mezcló con ellos y se formó una columna importante que, cantando el Himno, se orientó mirando hacia Av. Italia. Todos nos empujábamos para ir adelante tomando un trocito de la Bandera. La marcha avanzó rápidamente y unos veinte o treinta metros antes de la esquina con Ramos, un grupo de soldados apareció desde las dos bocacalles y se dispuso a bloquear el paso con los fusiles en mano. Sin titubear, la gente continuó su paso y unos metros antes de llegar los soldados levantaron sus fusiles hasta la cintura haciéndolos chasquear. No valió de nada y ante el avance decidido, se abrieron permitiendo el paso. Al llegar a Pérez Gomar se da la misma situación y ya terminado el himno se dio lugar a las consignas: “¡¡Soldado, Soldado, también sos explotado!!”; “¡¡El Pueblo, unido, jamás será vencido!!” y alguna otra. En Dalmiro Costa aparecen otra vez, no hay vacilación, vuelven a abrirse cuando llegamos sobre ellos y ya no los veríamos más por el resto de la marcha. Continuamos por Comercio y doblamos por Humberto 1º rumbo a Llaguno y Cía., un aserradero y carpintería industrial que se encontraba ocupada y hacemos un alto para hablar con ellos y darles ánimo. Proseguimos sin que nadie nos moleste por Humberto 1º, Samuel Blixen, ¿hasta Mariscala? (ya no recuerdo), cruzamos Av. Italia, seguimos por el Cno. Euskalerría, Tabobá hacia el centro (ahí nos damos cuenta que el destino es el Club de las Cristalerías del Uruguay, en Gauna casi Santander.). A esa altura de Tabobá sale la gente de sus casas, familias enteras y nos aplauden, desde las puertas o desde las veredas; algunos coreaban con nosotros. Era muy emocionante. Los gritos no decaen, mas bien se intensifican: “¡¡Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar!!”; “En un bosque de la China, un milico se perdió; ojalá se pierdan todos la P. que los P.”. Llegamos a Santander, doblamos hacia Av. Italia y al llegar a Gauna vemos un dispositivo policial con roperos, lanzaagua, y muchos policías con palo o lanza gases en mano . Sin esperar más, se dasató la represión, se lanzan corriendo contra la marcha mientras hacen llover cartuchos de gas muchos de los cuales rebotan en las abundantes y peladas ramas de los árboles. Una compañera se cae pues ¡¡tiene tacos!!, la levanto en el aire y la llevo casi flameando hacia Tabobá, con gran suerte pues algunos milicos corrían más rápido que nosotros y los veía pasar a mi costado por el medio de la calle detrás de otros compañeros a quienes les daban palo o los retenían, lo que los distrajo de nosotros. Doblamos por Tabobá hacia el centro y la chica ya no puede aguantar la corrida. Cruzando hay una casa que tiene un porche con un murito sobre la vereda y nos sentamos ahí ridículamente como si fuéramos una pareja mientras ya llegó el grueso del entrevero a la esquina. Se abre la puerta detrás nuestro y un hombre nos dice “- Adentro, dale, adentro!!”. Antes que terminara de decirlo ya estábamos adentro.
Rápidamente, como había comenzado, volvió la tranquilidad y el silencio a la calle, aunque nosotros nos quedamos un buen rato departiendo con aquella buena gente. Cayendo el Sol y asegurando que todo estuviera todo bien afuera, nos despedimos y acompañé a aquella muchacha, siguiendo las calles interiores y evitando las principales hasta su casa, ubicada en Plaza de los Olímpicos, muy cerca del Comité de Base de ese nombre al que pertenecía. Al llegar ya de noche, un grupo de familiares y vecinos alarmados por su ausencia prolongada, nos recibieron con alegría y alivio. Habían varios compañeros conocidos de la Coordinadora, de ese Comité y de “Malvín 5” y tenían contactos con políticos y dirigentes importantes. Así supimos que aparentemente no había ningún lesionado serio, salvo magullones, pero habían detenido a varios compañeros de la marcha y no se sabía nada de su suerte.
En ese interín llega alguien con una noticia que despertó gran expectativa. Los Obreros de mantenimiento , a través de uno de los directores de las Cristalerías, un político colorado prominente (cuyo apellido no recuerdo, solo que empezaba con “S”), habían anunciado que si no aparecían los compañeros sanitos y salvos de inmediato, dejarían apagar los hornos y se retirarían de la Fábrica. Hay que aclarar aquí algo que los obreros del vidrio saben muy bien y es que esos hornos se pueden apagar relativamente rápido pero es necesario mucho tiempo (varias semanas) para alcanzar la altísima temperatura que los torne operativos. Es fácil imaginar el revuelo que causó esta noticia. También ahora se sumaba la preocupación por aquellos Obreros osados, pues no sabíamos todavía hasta donde podrían llegar estas bestias…
Luego de unas pocas horas, larguísimas para aquella tensa vigilia, llega otra noticia: Habían liberado a los detenidos, que ya estaban todos en perfecto estado en sus casas. La sensación fue de victoria, nos saludábamos todos y nos felicitábamos. Sentíamos que se le había doblado el brazo a la dictadura, que ésta había nacido huérfana, sin apoyo popular y tenía los días contados. Esa noche, finalmente, nos fuimos a dormir con una sonrisa dulce de esperanza.
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De alucinada esperanza, pues esa noche duró 12 años y comenzaba otra época, de retraimiento, de inxilio…de ciudadanos A, B y C... de persecuciones, torturas, desapariciones y muerte... Otra historia…. Para los Obreros del vidrio, lo que no pudo la dictadura, ocurriría en “democracia”: otras huelgas y otras ocupaciones no pudieron detener el cierre definitivo de la Fábrica de Vidrio.

Nelson San Martín

sábado, 7 de marzo de 2020

Privatizando la vida.

Manifestación durante la huelga general contra la reforma de las pensiones en Burdeos (Francia) el 16 de enero de 2020.
PATRICE CALATAYU PHOTOGRAPHIES

Pensiones: 

la última trinchera política

En Europa y América Latina las jubilaciones son las protagonistas en la batalla material y simbólica frente al neoliberalismo.
En su defensa nos jugamos algo más que una cuota de los presupuestos
Iván Olano Duque 25/02/2020




En víspera de Navidad, el ballet y la orquesta de la Ópera de París se reunieron frente al Palais Garnier y representaron extractos de El lago de los cisnes bajo inmensas pancartas de huelga. Unos días antes, los músicos de la Ópera de Lyon esperaron a que se levantara el telón para leer, frente al teatro lleno, un comunicado en apoyo a la huelga general y anunciar la anulación del concierto. Y mientras en toda Francia los trabajadores de la cultura, del sector educativo, de servicios sanitarios y de emergencia, del sistema ferroviario y de los transportes metropolitanos están en las calles, junto a los sindicatos, en la huelga más importante de los últimos veinticinco años, y se anuncian nuevas jornadas de movilización masiva, y el gobierno de Macron quema todos los cartuchos para derribar uno de los sistemas de pensiones más justos del mundo, los huelguistas en París señalan a su verdadero adversario y acaban de rebautizar el Ministerio de Economía y Finanzas como “Ministerio de lobbies financieros”.
No es sólo una disputa francesa. Podemos encontrar imágenes complementarias en el nuevo gobierno de la coalición progresista en España anunciando su primera medida, la actualización de las pensiones al IPC; o incluso en la Plaza Dignidad (antes Plaza Italia) en Santiago de Chile, llena de ciudadanos contra el fraude neoliberal –contra un sistema de pensiones privado que después de cuatro décadas sólo pensiona en promedio con un 38% del salario, 28% para las mujeres– y recibiendo el nuevo año con las canciones de Inti Illimani y Quilapayún. 
Como una bestia acorralada
Más que un decálogo de medidas económicas, el neoliberalismo es un aparato ideológico tan corrosivo y antipopular que sólo puede iniciar su marcha aceitado por la violencia, o al menos por una gran ruptura social, como la crisis de 2008. Y una vez que irrumpe en el poder, que legaliza y blinda el supremacismo del capital y la industria financiera por encima de cualquier consideración sobre los derechos y la dignidad humana, defiende su posición como una bestia acorralada. 
Es un rasgo llamativo del proyecto neoliberal: su agresividad innata. Agresividad mediática y cultural, agresividad en las ramas del poder público, agresividad en las calles con las armas a su disposición. No hay timidez ni pasos atrás, sino una permanente huida hacia adelante. 
Eso explica la escalada de la violencia policial en Francia en los últimos diez años –desde que los halcones neoliberales empezaron su avanzada– con la complicidad y el aliento de los medios de comunicación. Luego de algunos años de incredulidad y melancolía popular, la irrupción y persistencia de los Gilets jaunes se ha saldado con mutilaciones en serie y más de dos mil heridos, según el recuento del periodista David Dufresne. Y esa agresividad innata explica también que ante la huelga más importante de la historia reciente en Francia (estos días vemos la convergencia de los Gilets jaunes y los huelguistas contra la reforma a las pensiones) Macron afirme, con fingida sonrisa de asesor bancario, que seguirá con la reforma, que no podrá detenerse, y que sólo puede ofrecer esa suerte de esquirolaje generacional: aplicar las medidas “progresivamente”; es decir, que los trabajadores de hoy se contenten con salvar su pellejo y sacrifiquen a los trabajadores de mañana.
El consenso de las oligarquías latinoamericanas
La relación entre neoliberalismo y violencia es incluso más explícita en Latinoamérica. El paradigma impulsado por Thatcher y Reagan se impuso en Chile a sangre y fuego por el golpe de Estado y la dictadura de Pinochet. Desde entonces Chile ha sido la gran vitrina propagandística del neoliberalismo, pero también el cristal que permite ver su engranaje interno. Es históricamente irrefutable: en el ADN del “neoliberalismo real” están el autoritarismo, la represión y el terrorismo de Estado. 
Y las oligarquías latinoamericanas encontraron en esa máquina ideológica la expresión de todos sus deseos. Las diferencias puntuales son menos significativas que el consenso de las privatizaciones, el despido de funcionarios, la precarización del mundo del trabajo y las reformas fiscales regresivas. Y si hay que defenderlo con los tanques en las calles, pues se hace. Ahí está el ejemplo de Chile, con la brutalidad de los carabineros rememorando en la segunda década del siglo XXI los años de dictadura (un dato elocuente: Carabineros y Fuerzas Armadas tienen, a diferencia de todos los chilenos, un régimen pensional público y garantizado). Ahí están las protestas masivas contra el regreso del FMI al Ecuador y el “paquetazo” (la contrarreforma) de Lenin Moreno; ahí está el golpe de Estado evangélico y racista contra Evo Morales en Bolivia. Y ahí está la creciente movilización social en Colombia ante la desigualdad y las políticas neoliberales mientras el poder establecido –legal e ilegal– criminaliza la protesta y continúa la masacre cotidiana de líderes sociales.
Las pensiones no son sólo un negocio potencial para la industria financiera. Las pensiones públicas son un pilar del pacto social, un poderoso símbolo que delimita el sentido mismo de la convivencia
Colombia sirve para ilustrar este consenso neoliberal de las oligarquías latinoamericanas. La historia es así: en 1990, en un evento en Lima convocado por el entonces candidato presidencial Mario Vargas Llosa, Juan Manuel Santos –miembro de un linaje bicentenario de expresidentes y magnates– quedó deslumbrado ante las palabras de José Piñera, exministro de Pinochet, hermano de Sebastián Piñera y creador del sistema privado de pensiones chileno implantado una década antes. Santos regresó a Colombia con el pulso acelerado a hablarle al presidente electo César Gaviria sobre la conveniencia de copiar en Colombia el modelo chileno que –en sus propias palabras– estaba “dinamizando el mercado nacional de capitales”. Fue tal el entusiasmo de Santos, que tres meses después Piñera llegó a Bogotá, dio una conferencia pública sobre el ejemplo chileno, recibió el aplauso unánime de la prensa, la élite política y empresarial, y luego se encerró durante cinco horas con el nuevo presidente y su equipo económico. Era justo lo que estaban buscando. Tres años después, y junto a una batería de medidas neoliberales, se aprobó la Ley 100 que liberalizó el modelo de sanidad y pensional en Colombia. Su ponente principal fue el entonces senador Álvaro Uribe Vélez.
Así, la privatización parcial de las pensiones que se realizó en Colombia hace veinticinco años –que hoy también colapsa puesto que anuló un derecho y convirtió la seguridad social en una ficha más en la ruleta del sector financiero– tiene la sangre de Pinochet, sus gurús neoliberales, y de los principales voceros políticos de las dos facciones del poder establecido en Colombia: la oligarquía centralista y financiera, y la oligarquía periférica y de carácter feudal, aliados desde entonces en un fundamentalismo neoliberal que, podemos afirmar, ha causado más muertos que el conflicto armado. 
Derrumbando mitos
Con la explosión del descontento popular chileno frente al neoliberalismo las redacciones de los grandes medios se pusieron en alerta. El “gran ejemplo”, el horizonte de acción neoliberal, el mito repetido hasta el hartazgo por los gurús de las privatizaciones se estaba derrumbando. ¿Cómo seguir con la cantinela del milagro chileno mientras las multitudes ocupaban las plazas contra el endeudamiento masivo, la concentración de la riqueza, el poder político de las élites, el alza de tarifas en los servicios públicos y un sistema pensional de ahorro individual obligatorio que –para volver al eufemismo tecnocrático de Santos– sólo sirve para dinamizar el mercado nacional de capitales? El argumentario de emergencia causó risa: infiltrados bolivarianos, complot del Kremlin, una súbita e injustificada histeria colectiva. En un audio filtrado, Cecilia Morel, esposa del presidente Sebastián Piñera (la nostalgia monárquica de distintos países aún dice “primera dama”), ilustró bien la burbuja clasista y racista en la que viven las oligarquías latinoamericanas: con tono de alarma y sincera incredulidad dijo que las protestas en Chile eran “como una invasión alienígena”.
Pero en lugar de cuestionar las causas del descontento popular y meter en cuarentena las tesis de los Chicago Boys, el ejército mediático y político del neoliberalismo huye hacia adelante. Y en su huida –su avanzada– el gran objetivo son los sistemas públicos de pensiones que aún sobreviven. ¿Por qué? La hipótesis es esta: las pensiones no son sólo un inmenso botín, un negocio potencial y muy lucrativo para la industria financiera. Las pensiones públicas son también, por definición, un pilar del pacto social en un proyecto democrático, un poderoso símbolo que delimita el sentido mismo de la convivencia, la última y más importante trinchera política en defensa de algo incluso más importante que un futuro digno: un presente compartido. 
De senectute politica
El helenista español Pedro Olalla ha escrito una apasionada reflexión sobre la vejez: De senectute politica. Carta sin respuesta a Cicerón (Acantilado, 2018). Con amplias referencias a la Antigüedad griega y romana, con la mirada puesta en las sociedades actuales y la usurpación del proyecto democrático –de la palabra democracia–, Olalla entabla una conversación con Marco Tulio Cicerón y su obra Cato Maior de senectute, una de las más antiguas y notables defensas de la vejez como un capítulo valioso de la experiencia humana. Entonces, tal como ahora, abundaban los elogios a la juventud. Pero Cicerón, acaso para consolarse, sintiendo la doble vulnerabilidad de su edad y posición social, vio la necesidad de escribir una obra –en palabras de Olalla– “no porque la vejez sea buena”, sino “para que la vejez sea buena”. 
Siguiendo, pues, a Cicerón, Olalla nos alerta contra el prejuicio y la estigmatización, cómo ese error habitual de atribuir una serie de vicios de la personalidad a la vejez (que vuelve a la gente huraña, irascible, retrógrada), cuando en realidad son defectos de algunas personas, un carácter que siempre han traído consigo. Cuestiona, también, los descalificativos habituales a quienes, después de determinada edad, no renuncian al erotismo, como si se tratara de algo indigno para sus años y que debieron haber superado hace tiempo, cuando lo realmente indigno es negarles a otros –negarnos a nosotros mismos– “una de las más profundas y complejas pulsiones de la vida”. Y con el tono cálido de quien le escribe a un amigo nos dice que la virtud no riñe con la edad, que es justo distinguir senectud de decrepitud y que “envejecer bien no es, en el fondo, un acto de renuncia, sino de voluntad”.
Por todos lados encontramos las mil y una variaciones del mismo mensaje: que el envejecimiento es una calamidad personal y la vejez es una calamidad social
De manera que lo realmente nocivo es todo prejuicio sobre la vejez, toda condena anquilosada en el imaginario colectivo, no sólo porque deslegitima a buena parte de la población e impulsa su exclusión, sino porque nos cierra las puertas a vivir ese periodo, esa tercera edad, como un desafío digno y lleno de posibilidades. Y si envejecer bien nos compete a todos, tal cosa es absurda si la entendemos como un ejercicio individual, y no como lo que realmente es: un empeño compartido. Dice Olalla:
Tú has dejado claro en tu obra, al hablarnos de que las dificultades de la vejez no provienen tanto de la edad como del carácter y de la actitud vital de las personas, que envejecer es, en un alto grado, un empeño ético; y yo deseo ahora que reflexionemos sobre si el hecho de que nuestra sociedad esté o no organizada y facultada para posibilitar ese empeño no hace del envejecer, también, un propósito político. 
Una población sin autoestima
Si el desprecio a la vejez y su confusión con la decrepitud era ya un lugar común hace dos mil años, hoy es, además, peligroso, porque refuerza la lógica antihumanista del capital. Cuando nos dicen que aquel que no es productivo es una carga para la sociedad, cuando repiten el sofisma de que la curva demográfica –la proporción de viejos en la población– es una amenaza para la economía, cuando se tolera que después de décadas de contribuir y existir en sociedad haya ancianos en la precariedad o al filo de la miseria en realidad nos dicen que ya hay otra lógica, otro criterio rigiendo la sociedad, y que el centro de la cuestión ya no es ni será la dignidad humana.
Por eso, porque refuerza la lógica del capital, es que su mismo aparato ideológico impulsa la exclusión, la condena, la estigmatización cultural de la vejez. Por todos lados encontramos las mil y una variaciones del mismo mensaje: que el envejecimiento es una calamidad personal y la vejez es una calamidad social. La consecuencia es un creciente desprecio a la vida, y con ello no sólo están dinamitando las bases de la convivencia, sino ante todo la capacidad de acción colectiva.
Por eso buscan derribar los sistemas públicos de pensiones, el andamiaje institucional que contribuye a garantizar las condiciones materiales de una vejez digna. Y por eso me parece tan pertinente el libro de Pedro Olalla. Hay que decirlo aunque suene obvio: la batalla institucional es un reflejo focalizado de la batalla cultural. Y el afán neoliberal por destruir cualquier proyecto de dignidad y justicia para los ciudadanos de mayor edad no es otra cosa que un esfuerzo por someter al conjunto de la sociedad. Olalla se refiere acá a la población mayor, pero sigue siendo cierto cuando se aplica a todas las edades: 
Nada conviene más a un orden egoísta como el que hoy rige el mundo (...) que una población sin autoestima, con consciencia de culpa y dispuesta a aceptar, como algo inevitable, el trato deficiente que recibe. 
Pero ¿a qué edad somos viejos? 
Casi al principio de su libro, Pedro Olalla cuenta que varios pensadores griegos dividían la vida humana en tramos de siete años –el número sagrado de Apolo–, y que “el punto más crítico del tránsito entre ellos es el cierre de noveno tramo, que por eso conocen como gran climaterio”. Era una generalización numérica forjada más por la estética que por la biología, pero no deja de ser curioso que ese umbral –nueve veces siete– sea más o menos el mismo que establecemos en las sociedades de hoy para señalar, si no la vejez, al menos el término razonable de la vida laboral: los sesenta y tres años. 
Pero los tiempos humanos son mucho más complejos. No es el número de vueltas alrededor del sol, sino una larga serie de circunstancias personales y sobre todo sociales las que determinan el inicio de la vejez, la pérdida progresiva de determinadas facultades, la entrada a un nuevo capítulo en el pacto social. Por tanto, el término razonable de la vida laboral no puede ser el mismo para todos.
Un sistema de pensiones que no establezca distintas edades de jubilación con relación al oficio (su riesgo, sus condiciones, sus exigencias físicas y mentales) es, de entrada, un sistema injusto. Eso es lo que desea implementar Macron en Francia: en lugar de los cuarenta y dos regímenes distintos del sistema pensional actual –resultado de luchas sociales y de consensos históricos– y que incentivan la movilidad social –pues tienen en cuenta, tanto en el sector público como privado, los mejores años laborales– el proyecto de reforma a las pensiones establece un único sistema por puntos que iguala por lo bajo, acaba con todo espíritu de justicia, toda condición específica y, con un tramposo discurso de igualdad, está diseñado para disminuir las cotizaciones sociales de las grandes empresas y aumentar sus beneficios mientras apunta a normalizar la incertidumbre y la precariedad en el mundo del trabajo. 
La longevidad está determinada por la clase, lo que implica que la mayoría de los trabajadores no vivirá tanto como quienes perciben rentas más altas
Buena parte de sus argumentos son un lugar común en muchos países. Buscan uniformizar la edad de pensión, pero también aumentarla, y para ello se basan en falacias e interpretaciones amañadas de la estadística, como el aumento de la esperanza de vida. Lo explica bien el profesor Vicenç Navarro: el aumento de la esperanza de vida no significa que los viejos vivan más, sino que los jóvenes y niños mueren menos (Catón el Viejo, el político del siglo II a.C. que Cicerón elige como personaje para su diálogo, vivió hasta los ochenta y cinco años). También ignoran, a propósito, que la longevidad está determinada por la clase, lo que implica que la mayoría de los trabajadores no vivirá tanto como quienes perciben rentas más altas, y que, en los regímenes pensionales financiados por las cotizaciones del trabajo, el problema no es el envejecimiento de la población (el aumento del número de pensionistas) sino la precarización del mundo del trabajo que, desde luego, ellos mismos impulsan. 
Pero, en todo caso, el debate económico es posterior y menos determinante que el debate ético y político. Si no podemos vivir con dignidad los últimos años de nuestra vida, ¿entonces cuándo? Si la riqueza acumulada no sirve para garantizar un bienestar mínimo a la población de mayor edad, entonces ¿para qué la riqueza? ¿Qué sentido tiene la convivencia? Y, sobre todo: ¿quiénes son los voceros de la supuesta insostenibilidad de las pensiones públicas y qué garantías de bienestar material tienen ellos en su propio futuro? La violencia evidente del libreto neoliberal, su brutalidad, su desprecio a lo humano no debe hacernos caer en el error de asimilarlo a algo impersonal, una suerte de virus que nos condena a todos por igual. No: detrás hay gente calculando beneficios, una clase, nombres propios. 
La biografía colectiva
Envejecer bien, envejecer con dignidad es, en cualquier sociedad, un proyecto al mismo tiempo individual y compartido. Nos compete y depende de todos. Y si hay un alto propósito político es aspirar a este buen envejecimiento, a ese diálogo con las transformaciones del cuerpo y la consciencia, pero también suscribir y fortalecer un pacto social que lo permita, lo estimule y sepa aprovechar sus frutos. En últimas, esto no se trata de cuidar más a determinado rango de edades, sino de reconocer su potencial –su conocimiento acumulado, su nueva relación con el tiempo– para contribuir al bienestar común. Y en esa búsqueda de un buen envejecimiento y una buena relación con la vejez nos enriquecemos todos. Lo dice mejor Pedro Olalla:
Pues se me figura, Marco, que no basta para una buena vida ser buen autor de la biografía propia, sino también ser coautor, y bueno, de la biografía colectiva.
Por todo esto, las pensiones son protagonistas en la batalla material y simbólica frente al neoliberalismo. No es fortuito que en las movilizaciones sociales de los últimos años en España nadie haya estado tan organizado y determinado como los pensionistas. No es poco significativo que la gran vitrina propagandística del neoliberalismo haya sido inaugurada por una dictadura sangrienta, y que el pueblo chileno esté hoy en las calles, determinado contra la violencia económica que se parapeta en la violencia política, mientras la gran prensa se desespera por ocultar el desmoronamiento de un mito. Y no es un dato menor que las movilizaciones más importantes en Francia de los últimos veinticinco años (y que aún pueden seguir creciendo, transformarse, expresar un malestar más amplio) sean, precisamente, contra la voracidad de la industria financiera y contra el cinismo de sus portavoces que salen a decir, con fingida sonrisa, que no hay riqueza suficiente, que llegó la hora de aceptar la obsolescencia programada de seres humanos, que los derechos sociales son cosa del pasado y que las injusticias de toda una vida ya no tendrán siquiera el consuelo de una vejez serena.
En la defensa de los sistemas públicos de pensiones nos jugamos algo más que una cuota de los presupuestos: hablamos de la consciencia de nuestra propia vida; de la resistencia vital a un modelo depredador, que normaliza el egoísmo y nos empuja al abismo; hablamos de nuestra integridad ética y política.
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Iván Olano Duque es escritor. Premio de ensayo “Miguel de Unamuno” por su libro El sueño de la especie. Siete ensayos al borde del abismo (Devenir, 2019).

https://ctxt.es/es/20200203/Politica/30875/pensiones-neoliberalismo-francia-pedro-olalla-ivan-olano-duque.htm